Deba cuenta con dos bellísimas playas situadas prácticamente en su casco urbano. Ambas, tanto la de Santiago como la de Lapari, cuentan con el certificado ISO 14.001 y con olas de inmejorable calidad y para surfistas de todos los niveles. Sobre dichos arenales, a modo de un largo mirador, los paseos marítimos de Cárdenas y Pablo Sorozabal recorren el perfil costero, ofreciéndonos espectaculares panorámicas del litoral y del mar Cantábrico.
La ría, que durante siglos presentó el eje económico de la villa, se ha convertido en un elemento lúdico y de ocio. Uno de sus márgenes acoge el pequeño y encantador puerto deportivo. En sus muelles, a diario, pescadores de ribera y de embarcación comentan acerca del éxito de sus capturas. En la ribera opuesta, se encuentra la zona protegida de Casacampo, una bella marisma donde puntualmente, cada año, acuden cormoranes, garzas y diversas aves limícolas.
Pero si de algo se enorgullece Deba es del espacio dedicado a paseos, jardines y parques, casi un tercio de la superficie urbana. Buen ejemplo de ello es la alameda Calbetón, una bellísima zona arbolada y ajardinada de 2 hectáreas, para solaz de niños y mayores.
El Flysch de Deba
La franja costera de Deba está considerada como una de las más interesantes del globo, debido a la riqueza tanto de los fenómenos geológicos como de los elementos biológicos que en ella se desarrollan. Está declarada biotopo protegido y es uno de los lugares más espectaculares del Geoparque de la Costa Vasca.
Cuenta con espectaculares formaciones de flysch, sobre todo en las zonas de Mendata y Sakoneta. El flysch es un fenómeno producido por la acción erosiva del mar sobre estratos duros y blandos, haciendo que las rocas se internen en las aguas cientos de metros, a modo de un gran costillar. Todo un espectáculo sobre todo durante la bajamar.
A lo largo del litoral se van alternando recónditas playas y calas; unas de arena, otras de cantos rodados; un paraíso para quienes busquen disfrutar de la naturaleza, el aislamiento y la tranquilidad.
Sobre los acantilados, dominando el mar, se sitúan los pequeños barrios de Elorriaga e Itxaspe y la atalaya de Santa Catalina, una de las más bellas de todo el Cantábrico.
A sus pies, el monte queda partido por la carretera nacional que serpentea sobre el acantilado, invitándonos a parar en los miradores panorámicos de "La Hilandera" y de "La Salve". El alto en el camino merece la pena: la visión sobre la costa es única.